En un taller de memoria me empiezo a integrar
para cuando llegue mi vejez,no tenerme que parar.
Para que mi mente no se atrofie, para que pueda recordar
todo lo bueno y menos bueno que la vida me ha querido dar.
Acudo con ilusión, y pongo mucha atención
intentando mimar pero haciendo trabajar
esa importante parcela que resguarda "mi mollera".
La vista: es muy necesaria para observar mi entorno,
y me da seguridad.
El oído: me hace sentir feliz al oír a mi nieto reír.
El tacto: ¡que delicia acariciar y sentir otras caricias!
El gusto: disfrutar con las papilas y el paladar
de cualquier sencillo llantar.
El olfato: que alegra el resto de los sentidos
y sentirlos todos vivos.
Por eso acudo contenta a este taller de memoria,
pensando por el camino,
¿que nos enseñará hoy la profesora?
A ella le doy las gracias por su carácter afable
sonriente y sosegada, nos ayuda a recordar
y sin llegarse a enfadar.
Creo que de esta experiencia
mucho y bueno me quedará.
El aprender a cuidarme
y valorar a los demás.
celi
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